Con rostros de total desolación, tres responsables del Observatorio Orbital de Carbono (OCO) de la NASA comparecieron hoy martes por videoconferencia desde la Base Aérea de Vandenberg (California, EEUU) para confirmar las peores sospechas suscitadas por un comunicado previo de la agencia espacial: la sonda, destinada a medir el CO2 de la atmósfera terrestre, se había estrellado poco después de su lanzamiento desde Vandenberg en algún lugar cercano a la Antártida, aún por definir
"Es una decepción inmensa", confesaba Chuck Dovale, director de lanzamientos de la NASA del Centro Espacial Kennedy. Dovale relató que el cohete Taurus XL, que portaba la nave, comenzó su ignición a las 10:55 y 31 segundos de hoy martes (hora peninsular española). Las tres fases del cohete se quemaron según lo previsto, pero "siete segundos después de la ignición de la fase 2, la cofia debía separarse, y no lo hizo". La cofia es un cascarón que protege la carga útil durante el despegue. Tras quemarse la última fase, debía abrirse como una almeja y desprenderse, pero algo falló.
Según explicó John Brunschwyler, director del programa Taurus de la compañía fabricante del cohete, Orbital Sciences Corporation, "tres minutos después del lanzamiento, varios datos indicaban que la cofia no se había separado. Al llevar un peso extra, la nave no pudo alcanzar la órbita y aterrizó cerca de la Antártida, en el océano". Brunschwyler precisó que mañana miércoles se tendrá una idea más aproximada del lugar del impacto.
Se ignoran las causas
Los responsables de la misión admitieron que aún ignoran las causas de la avería. Brunschwyler señaló que "el software envió la secuencia correcta" y que "en 56 de 57 lanzamientos nunca hubo problemas con la cofia". "Estamos muy turbados con este resultado", añadió. Dovale apuntó que se creará una comisión de investigación. Brunschwyler reconoció que el cohete portaba hidracina, un combustible tóxico muy contaminante, pero se mostró confiado en que debió desaparecer por completo, ya que "todas las fases se quemaron".
El director del programa de Ciencias de la Tierra de la NASA, Michael Freilich, lamentó la pérdida de los ocho años de trabajo invertidos en el proyecto, que han supuesto un coste de 214 millones de euros. El OCO debía formar parte de la constelación de satélites A-Train (Tren A), destinada a vigilar varios factores del cambio climático. Freilich aventuró que "se reevaluarán otros sistemas en órbita" para tratar de reemplazar la función del OCO. Uno de ellos será el japonés GOSAT, lanzado con éxito en enero también para medir el CO2 atmosférico.
Un observatorio para estudiar el cambio climático
La difunta sonda OCO iba a ofrecer pistas fundamentales sobre la dinámica del CO2, el principal gas de efecto invernadero emitido por la actividad humana e implicado en el cambio climático. Desde su órbita polar a 705 kilómetros de altura tomaría mediciones espectrales del CO2 atmosférico para dibujar un mapa global cada 16 días durante los dos próximos años, lo que revelaría dónde y cuánto se emite, así como dónde y cuánto es absorbido por los sumideros naturales, tales como los árboles y el plancton. Según datos de la NASA, de todo el carbono emitido desde la Revolución Industrial, sólo el 40% se ha acumulado en la atmósfera y un 30% está en los océanos. El 30% restante debe yacer atrapado en sumideros terrestres, algo que OCO debía estudiar desde su posición privilegiada.
Por: Yanes, Javier Fuente: PUBLICO