martes, 17 de febrero de 2009

¿Está en nuestra naturaleza la procrastinación?

¿Alguna vez ha pospuesto una cita con el dentista? ¿O ha dejando para más tarde la redacción de esa tesis de licenciatura de 200 páginas?

¿Sigue goteando ese grifo porque no ha llamado al fontanero para que lo arregle? En caso afirmativo, usted no es el único. La pereza en este tipo de obligaciones es más bien la regla que la excepción para las gentes de todo el planeta. Pero ¿cuál es el motivo? Un grupo internacional de investigadores responde a esta pregunta en un artículo publicado en la revista Psychological Science.

La procrastinación tiene un coste elevado. Los retrasos evitables pueden no sólo redundar en pérdidas de productividad, sino también causar estragos en las emociones del ser humano, principalmente en su autoestima. Muchos investigadores se plantean con gran curiosidad si es que los humanos, sencillamente, estamos «programados» para aplazar los asuntos pendientes.

Los científicos responsables de este estudio, dirigidos por el Dr. Sean McCrea de la Universidad de Constanza (Alemania), han llegado a la conclusión de que las personas se comportan así no por falta de honestidad, sino porque creen que el día de mañana será más adecuado para poner en práctica lo planeado.

Los investigadores trataron de dar con un vínculo entre la forma en que las personas conciben una tarea y su tendencia a dejarla en suspenso. Su intención era averiguar si las personas ven ciertas tareas como «lejanas psicológicamente», lo cual les impulsaría a demorarlas en lugar de acometerlas lo antes posible.

La muestra estudiada se componía de estudiantes que respondieron a unos cuestionarios facilitados por los investigadores, quienes les pidieron que los cumplimentaran y los remitieran por correo electrónico en el plazo de tres semanas.

Si bien las preguntas trataban sobre tareas comunes como, por ejemplo, abrir una cuenta bancaria, los responsables decidieron dar a los estudiantes instrucciones distintas sobre la manera de responderlas.

Un grupo de estudiantes debía reflexionar y escribir sobre lo que cada actividad implicaba con respecto a las características de cada persona, por ejemplo la clase de individuo que tiene una cuenta bancaria. Los demás estudiantes debían responder de modo más directo, especificando cómo funciona algo determinado o cómo se puede realizar una tarea como hacer un ingreso en un banco o rellenar formularios en el mismo.

Según indicaron los investigadores, la finalidad de esta actividad era incitar a los estudiantes a pensar bien de forma abstracta, bien de forma más concreta. Después el equipo se dedicó a esperar y anotar los tiempos de respuesta para detectar diferencias entre ambos grupos.

Se observó que, pese a que los estudiantes recibían una compensación económica por rellenar y enviar los cuestionarios, aquellos que debían contestar a preguntas más abstractas tuvieron una tendencia mucho más aguda a demorarse que los que recibieron preguntas más concretas. Entre los primeros hubo incluso quien no llegó siquiera a rellenar el cuestionario.

Los estudiantes que recibieron el encargo más concreto enviaron sus respuestas por correo electrónico con mucha más celeridad. Éstos se centraron en el cómo, el cuándo y el dónde de la tarea. Los científicos opinan que el hecho de haber enviado sus respuestas con más rapidez significa que los estudiantes pudieron acometer y cumplir la tarea sin demorarla.

«El mero hecho de pensar en una tarea en términos concretos y específicos le hace a uno sentir que hay que cumplirla antes [...], y por tanto no se retrasa tanto», se lee en el estudio. Los autores opinan que sus hallazgos tienen implicaciones relevantes para gerentes y educadores que deseen que sus empleados y alumnos, respectivamente, emprendan sus tareas con más prontitud.

Para obtener más información, consulte:

Universidad de Constanza:
http://www.uni-konstanz.de/

Psychological Science:
http://www.psychologicalscience.org/

Fuente: CORDIS