El título de este artículo copia el de un libro que trata precisamente lo que algunos ya han llamado "ciencia vudú" (woodoo science). Ése era precisamente el título de un interesante (y también, en algunos aspectos, discutible.) libro de Robert L. Park, catedrático de física en la universidad de Maryland (EE.UU.) y director de la oficina de Washington de la Sociedad Americana de Física.
Tal vez en un vano intento por salvaguardar la imagen respetuosa de la ciencia, los editores españoles del libro no se atrevieron con el nuevo término y añadieron al título una "o" inexistente en el original: CIENCIA O VUDÚ: DE LA INGENUIDAD AL FRAUDE CIENTÍFICO (Grijalbo, Arena abierta, 2001). Pretenden así separar los dos campos: ciencia y vudú, olvidando que, a veces, la mala ciencia se reviste de características parecidas a las de la peor magia o vudú.
Los ejemplos clásicos de esa ciencia vudú de que nos habla Park surgen, como casi siempre, del presunto intento de burlar los principios de la termodinámica y obtener fuentes de energía que resulten al mismo tiempo, buenas, baratas e inagotables. El caso paradigmático analizado por Park es el tema de la todavía hoy inexistente fusión fría anunciada ya el 23 de marzo de 1989 por Martin Fleischmann y Stanley Pons en la universidad de Utah. Park disculpa en cierta forma la "ingenuidad" de esos investigadores a los que imagina honestos aunque equivocados, pero no olvida otras proclamaciones no tan serias pero de parecido efecto llevadas a cabo por diversos charlatanes supuestos inventores de fuentes inagotables de misteriosa energía: la máquina energética de John Newman, la pila de James Paterson, etc.
Desgraciadamente, Park, arrimando el ascua a su sardina ideológica, incluye también en el libro, como si fueran ejemplos de ciencia vudú, algunos casos de los que, honestamente, todavía no sabemos a ciencia cierta qué decir: el posible calentamiento global del planeta por el efecto invernadero, el presunto efecto perjudicial de las líneas de alta tensión o las antenas de telefonía móvil, o la temida inseguridad de los productos transgénicos (cierto es que Park, al escribir el libro, no sabía, por ejemplo, del reciente caso de contaminación por transgénicos del maíz en Méjico...).
Etiquetar como "ciencia vudú" esas preocupaciones todavía no contrastadas completamente (ni en un sentido ni en otro) resulta, en términos científicos, todavía prematuro. Más interesantes parecen las opiniones de Park a este respecto sobre el enfrentamiento entre "pesimistas malthusianos" y "optimistas tecnológicos", una distinción que explicaría incluso sus propias opiniones. En este aspecto, el punto de vista de Park resulta demasiado cercano al del establishment del poder constituido para que un lector inteligente no perciba el posible origen de su intención.
Más sólidas parecen las críticas de Park a otros fraudes o ingenuidades como el presunto poder de la meditación trascendental, los poco fiables experimentos de J.B. Rhine sobre percepción extrasensorial (vulgo: telepatía) en la universidad Duke de Carolina del Norte durante los años treinta, la vitamina "O", la terapia biomagnética, la homeopatía y la ley de similitud de Hahnemann con sus múltiples y continuadas disoluciones, y un largo etcétera de casos paradigmáticos de la ciencia mal entendida o, mejor, utilizada como etiqueta de promoción y venta de productos completamente a-científicos.
Ciencia ficción vudú
La denominación "ciencia vudú" acuñada por Robert L. Park puede aplicarse también a algunas variedades de la peor ciencia ficción, un curioso tipo de fraude que podríamos denominar la "ciencia ficción vudú".
Suele ser habitual confundir ciencia ficción con la ficción meramente fantástica, un fenómeno que empieza a ser, en mi opinión, demasiado extendido. Pero también existe el caso complementario de confundir exageradamente la ciencia ficción con la ciencia y de usar la creatividad de una y el prestigio de la otra para montar brillantes negocios con los que atrapar a los más incautos.
El caso paradigmático en la historia de la ciencia ficción es el de la dianética, una falsa ciencia muy lucrativa surgida de la imaginación de L. Ron Hubbard (1911-1986), y convertida hoy en la base ideológica de una potente secta religiosa.
Hubbard fue un escritor estadounidense de ciencia ficción de segunda o tercera fila en cuya obra narrativa se potenciaban los supuestos poderes de la mente. Ése era un tema bastante habitual en la ciencia ficción de los años cuarenta y cincuenta, posiblemente a raíz de los poco fiables experimentos sobre percepción extrasensorial realizados por J.B. Rhine, en la universidad de Duke en Carolina del Norte (EE.UU.).
Quiso la casualidad que el editor de Astounding, el hoy respetado John W. Campbell Jr., se interesara un tanto exageradamente por las ideas de Hubbard y ayudara a propagar la dianética desde su revista. En 1950, se publicó en Astounding (una revista de ciencia ficción, no lo olvidemos...) un largo artículo sobre la dianética considerada como una fabulosa psicoterapia redentora capaz de liberar la mente humana de todos sus problemas. El hecho coincidió, no por casualidad, con la publicación de THE MODERN SCIENCE OF MENTAL HEALTH (1950) del mismo Hubbard, quien no tuvo problema alguno en traspasar algunas ideas de sus relatos de ciencia ficción a una "moderna ciencia de la salud mental"; un caso que, retomando el subtítulo español del libro de Park de que hablábamos antes, sugiere más claramente el fraude que la ingenuidad, visto el gran negocio posterior en que se convirtió el asunto.
En 1952, Hubbard fundaba la Iglesia de la Cienciología, hoy considerada como una de las más peligrosas sectas destructivas de la personalidad a juicio de muchos gobiernos del planeta. Basada en la dianética y con una cobertura presuntamente científica, la actividad principal de esa "iglesia" se centra en los diversos cursos y estadios a superar (pagando, naturalmente...) para librar la mente de opresiones. Aunque hoy se tienda a olvidarlo, Hubbard también creía que los traumas podían ser incluso pre-natales y proceder de una anterior reencarnación. Sin comentarios.
En la dianética, un terapista llamado "auditor" anima al paciente a manifestar sus fantasías con la ayuda de una especie de detector de mentiras llamado e-meter. Una especie de versión ciencia-ficcionística del psicoanálisis que ha resultado, a la postre, mucho más lucrativa que la infructuosa caza del "orgón" a que se dedicó el psicoanalista Wilheim Reich (1897-1957) autor, pese a todo, de un interesante libro sobre la psicología de masas del fascismo. En 1956, Reich fue condenado a dos años de cárcel, experiencia de la que Hubbard se libró, tal vez por su habilidad para convertir en religión esa ciencia ficción vudú de la dianética. La fórmula resultó sencilla para Hubbard y sus secuaces: usufructuar el prestigio de la ciencia y abusar del poder que confieren las revelaciones obtenidas en las sesiones de "audición" para construir una exitosa "religión" muy típica del siglo XX.
El caso de la dianética y la iglesia de Hubbard ha sido siempre una lacra en la historia de la ciencia ficción, un abuso censurable que algunos autores han intentado exorcizar de alguna manera. En 1980, Norman Spinrad, un brillante escritor del género, imaginó una secta parecida a la de Hubbard, el transformacionalismo, también creada por un cínico escritor de ciencia ficción. Lo hizo en una interesante novela, EL JUEGO DE LA MENTE (Ediciones B, 1989), donde Spinrad intenta mostrar los mecanismos psicológicos por los cuales incluso una persona inteligente puede dejarse atrapar por una secta destructiva.
Lógicamente, cualquier lector informado no puede dejar de pensar en la cienciología de Hubbard como inspiradora directa del transformacionalismo de ese peligroso juego de la mente que describe Spinrad. Debo decir que Spinrad, posiblemente más asustado de lo que uno podría esperar o imaginar, siempre me ha dicho que la asociación entre transformacionalismo y cienciología es algo a lo que él quiere ser ajeno y que, en cualquier caso, se trataría de una asociación del lector. Un claro ejemplo de que la ciencia ficción vudú, cuando se ha convertido en un lucrativo negocio, puede ser sentida incluso como muy peligrosa por parte de quienes la denuncian.
Pero siempre queda la constatación del gran éxito, tanto de la cienciología del mundo real como del transfomacionalismo de la novela de Spinrad en el influyente mundo de Hollywood. Una coincidencia que, pese a lo que pueda decir Spinrad, no parece ser tal, y es una evidente muestra de los peligros reales de la ciencia ficción vudú.
Ciencia ficción y OVNIS
Ya que hemos hablado aquí de ciencia ficción vudú a propósito de la dianética, no estará de más seguir con otras modalidades de fraude y/o ingenuidad (en la ciencia y fuera de ella) de que hablaba Robert L. Park en su libro sobre la ciencia-vudú.
Si la dianética (y, con ella, la cienciología) ha sido, es y sigue siendo un fraude para consumo de ingenuos y/o desesperados, hay otros temas (que el vulgo suele asociar demasiado acríticamente a la ciencia ficción) que también han generado "religiones" para ingenuos. Religiones posiblemente lideradas, como ocurre con tantas otras iglesias, por gente que también vive del fraude.
Yendo al caso concreto del que quiero tratar, a mucha gente le resulta excesivamente fácil asociar el "fenómeno OVNI" con la ciencia ficción. No es algo evidente: especular literariamente sobre la posible existencia de civilizaciones ex-traterrestres o en el contacto entre ellas, no tiene como corolario inmediato el creer a pies jun-tillas que hay alienígenas que ya nos han visitado.
Uno puede ser un buen aficionado, apreciar la ciencia ficción y, sin ninguna contradicción, "no creer" en los OVNIS. Ian Wat-son, en 1978, analizó el "fenómeno OVNI" en una entretenida e in-te-li-gen-te novela, VISITANTES MILAGROSOS (Ediciones B, 1987). Mi interpretación de lector me lle-vó entonces a pen-sar que, en la novela de Watson, el fenómeno OVNI residía no tanto en los OVNIS como en sus "creyentes", o en el mis-mo hecho de que haya nacido a su alrededor una cu-rio-sa pa-ra-fernalia a la que no han faltado "iglesias".
Yendo al centro del asunto, en realidad resulta muy difícil tomarse en serio algunas de las afirmaciones que hacen los sedicentes "investigadores del fenómeno OVNI". Al-gunos casos resultan sorprenden-temente curiosos, en particular, el de las personas "abducidas" o, en román paladino, presuntamente "secuestradas" a bordo de un OVNI. Como ésta es una experiencia difícilmente veri-ficable y repetible en condi-ciones controladas de forma objetiva, resulta completamente subjetiva y, por ello, bastante dudosa. Popper diría que no se trata de una afirmación falsable y, por tanto, resulta ajena al campo de la ciencia.
Los seres humanos constituimos una de las especies inteligentes del planeta Tierra y hemos ido evolucio-nando en un entorno determinado que ha configurado prácticamente todo lo que somos: forma humanoide, posición er-guida, simetría bilateral, manos con pulgar opuesto a los otros dedos, etc. Pero me temo que la evolución en otras condiciones distin-tas, ha de dar seres incluso mucho más distintos a nosotros que los simpáti-cos del-fi-nes. Por ello me pro-ducen risa y vergüenza ajena los humanoides cabezones y con grandes ojos oblicuos que vi-sionarios como Adamski y sus sucesores "abducidos" dicen haber cono-cido en sus contactos con aque-llos que "pi-lotan" los OVNIS. De una es-pecie in-teligente surgida en otra parte de nuestra galaxia lo espero casi todo, aunque lo que menos es-pe-ro es que tenga una forma corporal parecida a la nues-tra o unos ór-ga-nos similares a los que la evolución (el azar y la necesidad que decía Monod) ha selec-cionado para nosotros tras millones y millones de años en un planeta al que llamamos Tierra.
Lo más grave es que algunos desaprensivos escritores como Benítez, Von Daniken o Kolosimo disfracen sus "novelas" bajo la forma de "estudios in-novadores" que, en su interesada paranoia, presentan como arrancados a la ne-gra voluntad ocultadora de los servicios se-cre-tos. En los textos de los autores citados o en los de sus epígonos, ca-si siempre encontraremos un profesor (quien, muy acertadamente, nun-ca se llama Smith) que profesa en una remota universidad estadounidense y que representa la fuente úl-tima de autoridad: lo di-ce un profesor de una universidad norteamericana, ergo es dogma de fe.
Espero no herir (demasiadas) susceptibilidades con este co-men-tario, pero siempre me han resultado francamente ridículas al-gunas de las pretensiones de esos amantes de lo misterioso. Una de las más sorprendentes, es la voluntad de reclamar para su afi-ción el calificativo de "ciencia" o, cuando menos, de este ex-traño campo que ellos mismos denominan para-ciencias. Para mi pe-sar, sé que la ciencia, o mejor la tecnociencia en la denomi-nación que yo prefiero, se construye de forma muy diferente a como "investigan" los seguidores de las diversas "iglesias" para-científicas, incluida la de los OVNIS (en la formulación clásica, la tecnociencia requiere, se dice, "algo de inspiración y mucha transpiración"...).
Y, por otra parte, sé muy bien que, hoy, la ciencia tam-poco lo explica todo y, tal vez por ello, sigo interesado en la literatura especulativa como la ciencia ficción...
Es curioso cómo, ante los verdaderos misterios que rodean nuestra vida, siga habiendo gente que se "fabrica" nuevos miste-rios como el de los OVNIS. Como si no bastara con intentar conocer algo del universo, de la vida, de la sociedad, del ser humano, o, simplemente, pre-guntarse en serio por algunos de los muchos misterios insondables de nuestra civilización, como esa indecente e injusta repartición de la riqueza que amenaza la vida de tantos de nuestros semejantes. ¿Se preocupa por los OVNIS quien pasa hambre en Burkina Faso? That is the question…
Fuente: http://divulgamat.ehu.es/weborriak/cultura/Paginas/01032006.asp